Ivonne Donoso Olivares
Delegada presidencial regional de Tarapacá
Esta semana, millones de personas celebrarán la Semana Santa como un tiempo de reflexión, recogimiento y fe. La conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús es, para el mundo católico, uno de los momentos más profundos del calendario espiritual. Sin embargo, más allá del credo que profesemos, este tiempo nos invita a cuestionarnos como sociedad y, especialmente, como servidoras y servidores públicos.
La figura de Jesús nos recuerda que no podemos ser indiferentes al sufrimiento ajeno. Que la pobreza no debe dejarnos indiferentes. Que no podemos mirar hacia el lado ante la injusticia, la exclusión o la violencia, porque hacerlo sería renunciar al propósito más noble de la política: transformar la realidad en beneficio de quienes más lo necesitan.
Como delegada presidencial y parte de un gobierno que ha colocado la dignidad de las personas en el centro, considero que estas fechas deben ser una oportunidad para renovar nuestro compromiso con el servicio. Un servicio que no se mide en cifras ni en aplausos, sino en el impacto real que tiene en la vida de una madre que necesita un hogar, un adulto mayor que espera atención o una niña que sueña con estudiar.
En este año desafiante, marcado por decisiones cruciales para el país, la Semana Santa nos ofrece una pausa para regresar a lo esencial. Para preguntarnos desde qué lugar estamos actuando: ¿Desde la comodidad del poder o desde la convicción del deber? ¿Están nuestras decisiones guiadas por la empatía, la justicia y el amor por nuestra gente?
La cruz, símbolo de dolor pero también de esperanza, nos recuerda que las cargas más pesadas las llevan a menudo los más humildes. Nuestro rol como autoridades es, precisamente, estar ahí: para aliviarlas, acompañarlas y construir un país donde el abandono y la desigualdad no tengan la última palabra.
Que esta Semana Santa no sea solo un rito, sino una inspiración para hacer de la política un camino de servicio genuino y para que nuestra gestión pública sea un acto cotidiano de amor al prójimo. No olvidemos nunca que las necesidades de las personas deben ser nuestro faro, porque en lo más profundo de la vulnerabilidad humana se encuentra la verdadera razón de nuestra existencia: servir.


